lunes, 30 de agosto de 2010

P. Pío Celebra 100 años de Sacerdocio




100 AÑOS DE GRACIA

Los ministerios que el sacerdote puede desarrollar para la salvación del mundo son de diversas formas, pero la más digna es hacerse dispensador de Cristo hecho Eucaristía. El Padre Pío vivía para la misa y de la misa. Toda misa para este santo era la fuente de su vida y de su vocación.

Para los visitantes de San Giovanni Rotondo que se acercaban al santo de Pietrelcina, la misa era uno acontecimiento especial. La misa celebrada por el Padre Pío era una manantial espiritual del cual todos querían beber. Participar una y otra vez de la celebración generaba nuevos sentimientos con gran ayuda para el espíritu.

El confesionario y el altar eran los dos lugares de donde brotaba toda su actividad apostólica. El Padre Pío decía: “Todo mi vivir es un vivir con Cristo en Dios, en beneficio de las almas”. En el altar y en el confesionario se desbordaba este vivir en beneficio de las almas. Los sufrimientos de cada día, sus actos como victima, dan testimonio de su plena unión con Cristo en Dios, que en el altar se mostraba de una forma única.

El Padre Pío deseó con gran ardor ser sacerdote, deseaba renovar en su vida el sacrificio de Cristo en el Calvario. Desde su ordenación sacerdotal, el 10 de agosto de 1910, hasta su muerte, el 23 de septiembre de 1968, el Calvario proyectó su luz sobre la celebración sacrifical de este humilde sacerdote capuchino. La misa fue un reflejo de su forma de vida y de su vocación.

El día de su ordenación, festividad del diacono mártir san Lorenzo, en una estampa-recordatorio esboza su nuevo ministerio: “Contigo sea yo para el mundo / camino, verdad y vida / y para ti, sacerdote santo / victima perfecta”. El Padre Pío aceptó la invitación al carisma capuchino para ser victima de amor en el dolor. Vocación que llevó con gran fortaleza y generosidad, perfeccionándola en cada instante de su vida, todas las acciones cotidianas tenían un valor sacrifical. La victimación corredentora del humilde fraile es el sello de su vida espiritual.

La participación viva y misteriosa de la Pasión de Jesús en la celebración del misterio de la misa lo penetraba de tal manera que se veía en él éxtasis frecuentes y arrobamientos maravillosos. El suspenso del cáliz en sus manos, la dificultad para pronunciar la formula de la consagración, el silencio después de la comunión, hacían que la prolongación de la misa fuera un revivir intenso en su alma y en su cuerpo los misterios de la Pasión de Cristo.

La Eucaristía era considerada por el Padre Pío el punto culminante de su vida, en ella participaba con Jesús de los misterios de la Muerte y Resurrección. Gracias a la fuerza obtenida del pan celestial, este frailecillo era capaz de pasar días enteros y hasta meses, en más de una ocasión, sin tomar alimento.

Invitaba a todos los fieles a participar constantemente en la Misa. Su sacerdocio lo vivió entregado totalmente a la salvación de las almas. En el altar él hacía ofrenda de su vida por todos los hombres y quería que todos aceptaran el amor de Dios por los hombres testimoniado en Jesucristo.

Hoy, a cien años de su ordenación sacerdotal, el Padre Pío sigue siendo un hombre extraordinario. Sigue intercediendo por nosotros y nos invita a proyectar nuestra vida como un generoso servicio a Dios y al prójimo. En este centenario queremos dar gracias a Dios por la vocación de San Pío de Pietrelcina, humilde capuchino, que es un gran ejemplo de sufrimiento por la humanidad.


“¡Séante dadas infinitas gracias y alabanzas, oh mi Dios! ¡Tenías encomendada a tu hijo ‘una gran misión’, misión que sólo a mí y a Ti nos es conocida! ¡Oh Dios! ¡Hazme sentirte cada vez más y más en este mi pobre corazón y cumple en mí la obra por Ti comenzada! Siento una voz que me repite sin cesar: ¡santifícate y santifica a los demás!

Padre Pío