lunes, 11 de abril de 2011

Que no se haga mi voluntad sino la tuya, Dios mío.


11 de abril

Piensa en aquel gran abandono que sufrió nuestro Señor en el huerto de los olivos, y observa a este amado Hijo, que pide al Padre algún alivio; pero, sabiendo que el Padre no quiere otorgárselo, ya no piensa en ello ni se decide a pedirlo; y, como si nunca hubiera deseado ese alivio, retoma con valentía y coraje la obra de nuestra redención. En los momentos de extrema desmoralización, pide también tú al Padre del cielo que te conforte, que te consuele; y, si a él no le place hacerlo, no pienses más en ello, pero ármate de valor y reemprende la obra de tu salvación en la cruz, como si nunca te tuvieras que bajar de ella y como si nunca pudieras ver sereno el horizonte. ¿Qué quieres, hijita mía? Es necesario ver y hablar a Dios entre truenos y vientos huracanados. Conviene verlo entre las zarzas y el fuego de los espinos; y para continuar, hijita mía, es necesario descalzarse y renunciar enteramente a tu voluntad y a tus caprichos.

(6 de diciembre de 191,7 a Antonieta Vona – Ep. III, p. 828)

viernes, 8 de abril de 2011

Un corazón contrito Tú no lo desprecias Señor


8 de abril

No perdáis el ánimo por las pequeñas imperfecciones. Procurad estar siempre vigilantes sobre vosotras mismas para no faltar; pero, si os dais cuenta de que habéis faltado, no perdáis el tiempo en lamentos inútiles; arrodillaos ante Dios; avergonzaos de vuestra poca fidelidad; pedid perdón a nuestro Señor; renovad el propósito de estar más atentas en el futuro; y, después, levantaos enseguida y seguid adelante por el camino donde yo os he puesto.

Convenceos, amadísimas hijas, de que las caídas y los pequeños movimientos de las pasiones son inevitables mientras estemos en esta vida, porque en relación a esto el gran apóstol san Pablo exclama al cielo: «¡Pobre de mí, qué infeliz soy! Hay en mí dos hombres, el viejo y el nuevo; dos leyes, la ley del sentido y la ley del espíritu; dos actuaciones, la de la naturaleza y la de la gracia. ¡Ah! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?»

(25 de septiembre de 1917, a Raquelina Russo – Ep. III, p. 505)

jueves, 7 de abril de 2011

Recibe la corona de la gloria


7 de abril

¿Comenzar ahora a trenzar la corona, a incrustarle las perlas, a hacerla florecer? ¡Ay de mí! La primavera ha pasado ya; no es la época. Mi alma fue sorda a la voz del Esposo cuando éste amorosamente la invitaba a seguirle, cuando el mal tiempo ya había pasado y el invierno ya había transcurrido. Ella se durmió durante todo el tiempo de la primavera; fue el sueño de los ingratos; y se despertó demasiado tarde. Buscó a su amante en todas las cosas y, gracias a la bondad de Dios, lo encontró sentado en medio de muchas almas predilectas que, teniendo las manos llenas de flores, le ofrecían los perfumes.

Se dio cuenta del error cometido, se puso a seguirlo, ocupando el último lugar, y hasta el presente no sabe qué ofrecerle, no teniendo nada propio. Con todo, fíjate en la bondad de este amante divino, que no la rechaza, que la atrae hacia sí con gestos amorosos. ¿Pero, Dios mío, cómo corresponde ella a tantas finezas de amor? Con la ingratitud, eso es todo. Mientras se lamenta, ella querría poner fin a sus infidelidades, pero está siempre rodeada de infinitos peligros de serle de nuevo infiel.

(12 de diciembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 261)

miércoles, 6 de abril de 2011

Camina siempre por el camino de la santa perfección.


6 de abril

Y estate tranquila sobre la existencia de la caridad divina en tu corazón. Y si ese deseo ardiente no queda satisfecho, si te parece que deseas siempre el amor perfecto sin llegar a poseerlo, todo eso indica que tú no debes decir nunca ¡ya basta!; quiere decir que no podemos ni debemos detenernos en el camino del divino amor y de la santa perfección.

Tú sabes bien que el amor perfecto se adquirirá cuando se posea el objeto de ese amor. Entonces, ¿por qué tantas ansiedades y tantos desánimos inútiles? Desea, desea siempre ardientemente y con mayor confianza, y no temas […].

¡Ah! hijita mía, ¡no hagamos esta gran ofensa a la divina piedad! Te ruego, en el dulcísimo Jesús, que no te dejes vencer por ese temor que te hace pensar que no amas a Dios, porque de ese modo el enemigo te llevaría a una grave equivocación. Sé que en este mundo ninguna alma puede amar dignamente a su Dios; pero, cuando esta alma hace todo lo que está de su parte y confía en la divina misericordia, ¿por qué ha de rechazarla Jesús? ¿No nos ha mandado él que amemos a Dios según nuestras fuerzas? Si tú le has dado y consagrado todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Porque no puedes hacer más? Pero Jesús no te lo pide. Y, por otro lado, tú di a nuestro buen Dios que haga él mismo aquello que tú no puedes hacer. Di a Jesús: «¿quieres de mí más amor? ¡Yo no tengo más! ¡Dámelo tú y yo te lo ofreceré!». No dudes; Jesús aceptará tu ofrecimiento, y tú queda tranquila.

(14 de diciembre de 1916, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 664)

lunes, 4 de abril de 2011

Jesús es el Señor


4 de abril

Por la obediencia de Jesús quiso el Padre del cielo que este nombre santísimo fuese proclamado y creído por todas las criaturas: «Toda lengua – dice el apóstol – proclame que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre». ¿Y no es precisamente esto lo que se verifica en el momento presente, cuando en todas partes se adora la cruz? También en el último día, los condenados y los demonios, a la vista de la inmensa gloria de Jesús y al experimentar su poder infinito, deberán tomar parte en esta proclamación.

También nosotros, si somos imitadores de Jesucristo afrontando todas las batallas de la vida, participaremos en sus triunfos. Sí, concluyo con san Juan Crisóstomo, creamos firmemente que el divino redentor está adornado de tan excelsa gloria, y, por tanto, vivamos de su gloria, imitando sus ejemplos y siguiendo sus deseos. De lo contrario, de nada nos aprovecharía el creer, si no correspondiera con él nuestro obrar.

(4 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 217)