miércoles, 2 de noviembre de 2011

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!


Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís

(Versión de León Felipe que se usa en la liturgia)

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!

Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!

¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor.
Amén.

            Ayer celebrábamos con gran alegría y una alta dosis de esperanza la solemnidad de todos los santos. Con gran alegría porque es reconocer la obra de Dios en cada una de sus creaturas. Es reconocer que Dios es fiel a lo que promete y Él nos ha dicho que cuando le veamos seremos para siempre semejantes a Él. Él es Santo, el único Santo y todas las personas somos sujetos de su santidad y por ello todos tenemos por igual la oportunidad de conocernos a nuestro Padre Dios. Él nos comparte su santidad. La santidad no sólo la reconocemos en los santos “oficiales”, es decir, en los santos que la Santa Madre Iglesia ha reconocido y nos ha puesto como modelos, sino también de todos aquellos que no son santos canonizados pero que han vivido las virtudes de su Bautismo y así han alcanzado la gracia de la santidad.

            Una alta dosis de esperanza, porque confiamos en que un día participemos y compartamos la comunión de los santos. Es decir, que por gracia y misericordia de Dios podamos nosotros también disfrutar de la plenitud de la gloria de Dios que consiste en contemplar eternamente el rostro del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y compartir con ellos la gracia de la Santidad. Esto es lo que celebrábamos ayer y anhelamos cada día en nuestro corazón.

            Después de dicha solemnidad hoy celebramos o recordamos a todos los fieles difuntos y los recordamos no como personas que están en el vacío, no como personas muertas, sino como personas en perspectiva de vida. Dios nos ha dicho que la muerte no tiene la última palabra. Él a destruido la muerte. Él fue quien resucitó el primero de todos y con su muerte y resurrección venció la muerte.

            Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, esta es la certeza de todos los cristianos, esta es la certeza de aquellos que se han encontrado con Jesucristo en esta vida como el Camino, la Verdad y la Vida. Ésta es la garantía de que nuestros hermanos que nos han precedido ya gozan de la visión beatífica.

            Francisco de Asís tenía bien claro que la muerte no es el final del camino, sino el inicio de la verdadera vida, por eso es necesario prepararnos cada día, momento a momento para que cuando Dios nos invite a vivir con Él estemos lo suficientemente preparado y podamos ir presurosos al encuentro del Señor.

Paz y Bien

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