lunes, 28 de febrero de 2011

Loado seas mi Señor por la Santa Humildad


28 de febrero

Sean precavidas para no hablar nunca con otras personas, a excepción de su director y de su confesor, de aquellas cosas con las que el buen Dios las va favoreciendo. Dirijan siempre todas sus acciones a la gloria de Dios, exactamente como quiere el apóstol: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios». Vayan renovando esta santa intención de tanto en tanto. Examínense al final de cada acción; y, si descubren alguna imperfección, no se turben por ello; pero avergüéncense y humíllense ante la bondad de Dios; pidan perdón al Señor y suplíquenle que las preserve de esa falta en el futuro.

Renuncien a toda vanidad en sus vestidos, porque el Señor permite las caídas de estas almas en esas vanidades.

Las mujeres que buscan las vanidades de los vestidos, no podrán nunca vestirse de la vida de Jesucristo, y pierden los adornos del alma tan pronto como entra este ídolo en sus corazones. Su vestido esté, como quiere san Pablo, decente y modestamente adornado; pero sin cosidos de pieles, sin oro, sin perlas, sin prendas preciosas que suenen a riqueza y suntuosidad.

(2 de agosto de 1913, al P. Agustín de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 396)

sábado, 12 de febrero de 2011

No te aflijas. Cada día tiene su propia preocupación.


12 de febrero

Contentémonos con caminar a ras de tierra, pues estar en alta mar nos marea y nos produce vómitos. Mantengámonos a los pies del divino Maestro con la Magdalena. Practica las pequeñas virtudes propias de tu pequeñez: la paciencia, la tolerancia con nuestro prójimo, la humildad, la dulzura, la afabilidad, el sufrimiento de nuestras imperfecciones, y otras muchas virtudes.

Te aconsejo la santa simplicidad, como virtud que estimo mucho. Fíjate en lo que tienes ante ti, sin romperte mucho la cabeza pensando en los peligros que ves a lo lejos. Te parecen poderosas unidades militares, y no son otra cosa que sauces con muchas ramas. No les prestes atención, pues, de otro modo, podrías dar pasos equivocados. Ten siempre el firme y general propósito de querer servir a Dios con todo el corazón y durante todo el tiempo de la vida. No te preocupes por el mañana; piensa sólo en hacer el bien hoy; y, cuando llegue el mañana, se llamará hoy; y entonces se pensará en él.

Para practicar la santa simplicidad, se necesita también una gran confianza en la divina providencia. Es necesario, hija mía, imitar al pueblo de Dios que, cuando estaba en el desierto, tenía severamente prohibido recoger el maná en mayor cantidad que la necesaria para un día. También nosotros hagamos la provisión del maná para un solo día; y no dudemos, hija mía, de que Dios proveerá para el día siguiente y para todos los días de nuestro peregrinar.

(3 de marzo de 1917, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 678)

jueves, 10 de febrero de 2011

La humildad dispone el corazón para complacer a Dios


10 de febrero

Es ya el momento de confesarlo: nosotros somos miserables, ya que es poco el bien que podemos practicar. Pero Dios, en su bondad, se compadece de nosotros, llega a complacerse también de ese poco, y acepta la preparación de nuestro corazón. Pero, ¿en qué consiste esta preparación de nuestro corazón? Según la palabra divina, Dios es infinitamente más grande que nuestro corazón, y éste supera a todas las otras realidades cuando, dejando aparte el preocuparse de sí mismo, prepara el servicio que debe ofrecer a Dios; es decir, cuando acepta el compromiso de servir a Dios, de amarlo, de amar al prójimo, de observar la mortificación de los sentidos externos e internos, y otros buenos propósitos.

Durante ese tiempo, nuestro corazón se prepara y dispone sus obras para un grado eminente de perfección cristiana. Todo esto, mi buena hija, no es en modo alguno proporcionado a la grandeza de Dios, que es infinitamente más grande que todo el universo, que nuestras capacidades, que nuestras acciones externas. Una inteligencia que considere esta grandeza de Dios, su bondad y su dignidad inmensa, no puede dejar de ofrecerle grandes preparativos.

Que esta preparación le presente un cuerpo mortificado sin rebelión alguna; una atención a la plegaria sin distracciones voluntarias; una dulzura grandísima al hablar sin amargura; una humildad sin sentimiento alguno de vanidad. He aquí, hija mía, unos buenos preparativos. Es verdad que hay quienes no ven que serían necesarios preparativos mucho mayores para servir a Dios; pero es necesario también encontrar a quien pueda realizarlos; porque, cuando nos disponemos a ponerlos en práctica, es fácil detenerse, viendo que en nosotros estas perfecciones no pueden ser ni tan altas ni tan absolutas.

Se puede mortificar la carne, aunque no del todo, ya que siempre habrá alguna rebelión. Nuestra atención será interrumpida a menudo por las distracciones. Pero, ante todo esto, ¿convendrá inquietarse, turbarse, preocuparse y afligirse? De ningún modo.

3 de marzo de 1917, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 678)

miércoles, 9 de febrero de 2011

La paciencia todo lo alcanza.


9 de febrero

Desconfía, mi querida hijita, de todos aquellos deseos que, según el juicio común de las personas que poseen el espíritu del Señor, no pueden alcanzar su objetivo. Tales son, en efecto, aquellos deseos de algunas perfecciones cristianas que pueden admirarse e imaginarse pero no practicarse, y de aquellas perfecciones de las que muchos hablan sin convertirlas en obras.

Ten por seguro, mi querida hija, que quien nos garantiza con seguridad nuestra perfección es la virtud de la paciencia; y, si esta virtud hay que practicarla con los demás, conviene ejercitarla ante todo con nosotros mismos. Quien aspira al puro amor de Dios, no necesita tener paciencia con los otros como debe tenerla consigo mismo. Es necesario resignarse, mi querida hijita, a soportar nuestra imperfección para poder llegar a la perfección. Digo soportar nuestra imperfección con paciencia, y no digo amarla y acariciarla, porque la humildad se fortalece en este sufrimiento.

(3 de marzo de 1917, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 678)

La Paciencia todo lo alcanza.

9 de febrero

Desconfía, mi querida hijita, de todos aquellos deseos que, según el juicio común de las personas que poseen el espíritu del Señor, no pueden alcanzar su objetivo. Tales son, en efecto, aquellos deseos de algunas perfecciones cristianas que pueden admirarse e imaginarse pero no practicarse, y de aquellas perfecciones de las que muchos hablan sin convertirlas en obras.

Ten por seguro, mi querida hija, que quien nos garantiza con seguridad nuestra perfección es la virtud de la paciencia; y, si esta virtud hay que practicarla con los demás, conviene ejercitarla ante todo con nosotros mismos. Quien aspira al puro amor de Dios, no necesita tener paciencia con los otros como debe tenerla consigo mismo. Es necesario resignarse, mi querida hijita, a soportar nuestra imperfección para poder llegar a la perfección. Digo soportar nuestra imperfección con paciencia, y no digo amarla y acariciarla, porque la humildad se fortalece en este sufrimiento.

(3 de marzo de 1917, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 678)