jueves, 3 de febrero de 2011

Quien confía en el Señor, nunca será defraudado


3 de febrero

Las pruebas por las que sientes traspasada el alma, ten por cierto que son señales del amor divino y alhajas para el alma. Todo lo que sucede en ti, es obra de Jesús; y debes creer que es así. A ti no te toca juzgar la obra del Señor; pero sí debes someterte humildemente a esas divinas actuaciones. Deja plena libertad a la gracia que actúa en ti; y recuerda que nunca debes inquietarte ante las situaciones adversas que te puedan sobrevenir, con el convencimiento de que hacerlo sería un impedimento a la acción del Espíritu divino.

Por eso, en cuanto sientas que algún sentimiento de inquietud se va suscitando en ti, recurre a Dios y abandónate en él con total y filial confianza; porque está escrito que quien confía en él, no quedará nunca defraudado. Valentía siempre, y siempre adelante. Pasará el invierno y vendrá la interminable primavera, tanto más rica de bellezas cuanto más duras fueron las tempestades.

La aridez de espíritu, en la que te sientes sumergida y perdida, es una prueba dolorosísima pero amabilísima por el fruto que de ella viene al espíritu. Es querida por Dios para poner fin en ti a una devoción superficial, que no santifica al alma y que es y le puede resultar perjudicial. Es también querida por Dios para llevar al alma a adquirir la verdadera devoción, que consiste en una voluntad decidida de poner en práctica lo que conduce al servicio de Dios, sin ninguna satisfacción personal. En resumen, obra el bien porque es bien y porque da gloria y agrada a Dios.

El alma que se encuentra en este estado, no debe de ningún modo perder el ánimo; no debe dejar de hacer nada de lo que acostumbraba hacer en tiempo de consuelos espirituales; al contrario, debe procurar multiplicar sus prácticas de devoción y estar siempre atenta y vigilante sobre sí misma.

(26 de agosto de 1916, a María Gargani – Ep. II, p. 236)

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