martes, 7 de junio de 2011

El Amor de Dios manifestado en el envío del Espíritu Paráclito


Tercer día
Razón de la Venida del Espíritu Santo
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar a cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las
maravillas de Dios. Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros ¿Qué significa esto? Otros en cambio decían riéndose ¡Están llenos de mosto! Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras...

(Hch 2,1-14)
Por qué se nos da el Espíritu Santo: Considero que en el corazón del Padre existieron muchos, muchos motivos para enviarnos al Santo cuando Él mismo lo había determinado como parte de su obra salvadora.
Primero por su infinito amor, su infinita bondad, su infinita caridad hablando en términos coloquiales. Sin lugar a dudas fue el Amor Eterno del Padre el que lo llevó a enviar a la Tercera Persona de su Divinidad. Así como le movió la ternura y el amor para enviarnos a su Hijo como Salvador y Redentor, de la misma manera y por el mismo motivo nos envió al Espíritu Santo, ya no como Salvador sino como Santificador. Es uno de los dones más excelentes del Padre. Un don que no hemos merecido, que no hemos hecho nada para ganárnoslo, al contrario, habiendo tratado tan mal a Jesucristo era lógico según nuestros esquemas humanos que Dios no nos enviara al Espíritu Santo. Ciertamente no merecíamos tan magnífico don, pero en la bondad infinita de Dios Padre, lo ha querido así. Por lo tanto, un primer motivo por el cual Dios no ha enviado al Espíritu ha sido el infinito amor que nos tiene. Un amor que nos ha manifestado es su amado Hijo Jesucristo.
Segundo: sin lugar a dudas que otro motivo por el cual Dios Padre no envió al Espíritu Santo, fueron los merecimientos de Jesucristo. Fue por la oración de Jesús y la insistencia y constancia ante el Padre de las misericordias que nos fue enviado el Paráclito. Jesús mismo lo dice: yo rogaré a mi Padre para que les mande al Paráclito, yo me voy, pero no les dejo solos, vendrá el Consolador, el Espíritu de la verdad. Fue pues a través de Jesucristo, por medio de su oración – intercesión, de su Pasión, de su Muerte de su Resurrección y Ascensión que nos mereció este don, por eso, estando sentado a la derecha del Padre ha intensificado su súplica para que nos fuera enviado el divino consolador. Fue tan elocuente y eficaz esta petición, que el Padre la escuchó y aceptó enviarnos al Espíritu Santo para santificarnos.
Considero que el tercer motivo fue precisamente nuestra propia limitación y miseria. Fue nuestro pecado el que movió a compasión las entrañas del Padre de las misericordias, para enviar al sanador de todos los males, el Espíritu Santo. Dios mismo nos lo dijo: no quiero la muerte del pecador sino que cambie de conducta y viva. Esta realidad de indigencia es la que mueve la misericordia sin medida del Padre para venir en ayuda de todo el que le necesita por medio del Espíritu de amor.
El Espíritu Santo va a continuar la obra del Padre aquí en la tierra iniciada por Jesucristo. El Espíritu Santo es el consolador:  Yo rogaré a mi Padre y Él les dará otro Paráclito; que significa patrón, abogado y consolador. Esto significa que el Espíritu Santo cuida de cada uno de nosotros, nos protege en los trabajos cotidianos de cada día. Además nos consuela en nuestras tristezas y aflicciones. Es el abogado e intercesor en nuestras necesidades y por si esto fuera poco, permanecerá para siempre con nosotros.
También el Espíritu Santo nos va a enseñar todo lo referente al Padre y al Hijo. Se convierte así en nuestro Maestro enseñando y adoctrinando nuestra mente y nuestro corazón lo que Jesús predicó con su boca y con sus obras: Cuando venga el Espíritu Santo, que mi Padre enviará en mi nombre, Él se lo enseñará todo y les hará recordar todo lo que les he dicho. Él nos enseñará todas las cosas y hará que podamos discernir lo que le agrada a Dios, lo bueno, lo perfecto, hasta alcanzar la gloria de la santificación a los ojos de Dios.
Es uno de los dones más extraordinarios del Padre. El Espíritu Santo es una persona, no una cosa, no un objeto, no un tesoro perecedero, sino que es por excelencia el Don del Dios Altísimo, porque es el mayor, el supremo don que Dios nos puede hacer. El Espíritu Santo además, es la fuente de todos los dones, porque al ser Él el Don por excelencia nada nos puede faltar.
Dios rico en misericordia, no se deja ganar en generosidad y por eso, no contento con darnos la gracia, la caridad, y las virtudes sobrenaturales como lo son la Fe, la Esperanza y la Caridad, nos colma además con todos los dones, siete son los que conocemos, pero sabemos que son infinitamente muchos más, pero esto no es lo más grande, lo excelso es que nos da al que es principio y causa de todos estos dones, como quien acude constantemente a una fuente inagotable, y no sólo recibe el agua que brota de ella, sino que le es dada también la fuente misma. Así que Dios no sólo nos ha dado los dones y frutos del Espíritu Santo, sino que nos ha dado al mismo Espíritu Santo.
Señor Jesucristo, Camino Verdad y Vida. Rostro humano de Dios y rostro divino del hombre gracias por interceder ante el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo para que nos enviara al Espíritu Santo. Esa tercera persona de la divinidad de un solo Dios. Gracias te Dios Padre Dios, Padre Bueno por la infinita misericordia y amor que te movió a darnos tan infinito Don. Dándonos a tu hijo y con Él al Espíritu Santo, no has dado todo lo bueno que de ti procede. Nunca te agradeceremos lo suficiente y el único que podrá pagarte será tu amado Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Gracias Padre. ¡Amén!
Paz y Bien.
Fort Worth, Texas
Junio 7 de 2011-06-07
Fray Pablo Capuchino Misionero.

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