viernes, 18 de marzo de 2011

Estoy crucificado de amor


18 de marzo

Padre, permítame desahogarme al menos con usted: ¡estoy crucificado de amor! No puedo ya más; es éste un alimento muy delicado para quien está acostumbrado a alimentos ordinarios; es precisamente esto lo que me produce de continuo fortísimas indigestiones espirituales, la de crecer de tal modo que la pobre alma gime al mismo tiempo por un vivísimo dolor y un vivísimo amor. La pobrecita no sabe adaptarse a este nuevo modo de ser tratada por el Señor. Y he aquí que el beso y el toque - lo diré así – sustancial, que este amorosísimo padre celestial imprime en el alma, todavía le causan un sufrimiento extremo.

¡Que el buen Jesús le conceda comprender mi verdadera situación! Y yo, mientras tanto, le insto a que quiera tratarme con caridad todavía un poco más, y pronunciarse sobre esto.

Queridísimo padre, satisfacer las necesidades de la vida, como comer, beber, dormir, etc., me resulta tan penoso que no sabría encontrar comparación adecuada si no es en las penas que deben experimentar nuestros mártires en el momento de la prueba suprema.

Padre, no crea que exagero al usar esta comparación; no, es exactamente así. Si el Señor, en su bondad, no me quita el conocimiento en el momento de realizar estos actos, como lo hizo en el pasado, pienso que no podré durar mucho, siento que me falta apoyo bajo los pies. ¡El Señor me ayude y me libere de tal angustia!; quiera comportarse bien conmigo y tratarme como me conviene. Soy un obstinado rebelde ante las actuaciones divinas y en absoluto merezco ser tratado de ese modo.

(18 de mayo de 1915, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p.545)

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