6 de abril
Y estate tranquila sobre la existencia de la caridad divina en tu corazón. Y si ese deseo ardiente no queda satisfecho, si te parece que deseas siempre el amor perfecto sin llegar a poseerlo, todo eso indica que tú no debes decir nunca ¡ya basta!; quiere decir que no podemos ni debemos detenernos en el camino del divino amor y de la santa perfección.
Tú sabes bien que el amor perfecto se adquirirá cuando se posea el objeto de ese amor. Entonces, ¿por qué tantas ansiedades y tantos desánimos inútiles? Desea, desea siempre ardientemente y con mayor confianza, y no temas […].
¡Ah! hijita mía, ¡no hagamos esta gran ofensa a la divina piedad! Te ruego, en el dulcísimo Jesús, que no te dejes vencer por ese temor que te hace pensar que no amas a Dios, porque de ese modo el enemigo te llevaría a una grave equivocación. Sé que en este mundo ninguna alma puede amar dignamente a su Dios; pero, cuando esta alma hace todo lo que está de su parte y confía en la divina misericordia, ¿por qué ha de rechazarla Jesús? ¿No nos ha mandado él que amemos a Dios según nuestras fuerzas? Si tú le has dado y consagrado todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Porque no puedes hacer más? Pero Jesús no te lo pide. Y, por otro lado, tú di a nuestro buen Dios que haga él mismo aquello que tú no puedes hacer. Di a Jesús: «¿quieres de mí más amor? ¡Yo no tengo más! ¡Dámelo tú y yo te lo ofreceré!». No dudes; Jesús aceptará tu ofrecimiento, y tú queda tranquila.
(14 de diciembre de 1916, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 664)
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