lunes, 11 de abril de 2011

Que no se haga mi voluntad sino la tuya, Dios mío.


11 de abril

Piensa en aquel gran abandono que sufrió nuestro Señor en el huerto de los olivos, y observa a este amado Hijo, que pide al Padre algún alivio; pero, sabiendo que el Padre no quiere otorgárselo, ya no piensa en ello ni se decide a pedirlo; y, como si nunca hubiera deseado ese alivio, retoma con valentía y coraje la obra de nuestra redención. En los momentos de extrema desmoralización, pide también tú al Padre del cielo que te conforte, que te consuele; y, si a él no le place hacerlo, no pienses más en ello, pero ármate de valor y reemprende la obra de tu salvación en la cruz, como si nunca te tuvieras que bajar de ella y como si nunca pudieras ver sereno el horizonte. ¿Qué quieres, hijita mía? Es necesario ver y hablar a Dios entre truenos y vientos huracanados. Conviene verlo entre las zarzas y el fuego de los espinos; y para continuar, hijita mía, es necesario descalzarse y renunciar enteramente a tu voluntad y a tus caprichos.

(6 de diciembre de 191,7 a Antonieta Vona – Ep. III, p. 828)

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